texto original por:
Jose M» Martí Font
correcciones y transcripción:
Ignacio Martínez
Si no fuera porque el término Rock tanto vale para un
roto que para un descosido, a este hombre sería difícil
clasificarle. Más que un cantante, Waits es un actor, un
chansonnier, casi un cantautor. Su obra rastreaba, y
sigue haciéndolo, entre lo más nauseabundo de la noche, entre
vómitos, delirium tremens, violencia grátuita, amores
imposibles y desamores ciertos, y todo esto no era un delirio
de su imaginación, una fantasía gloriosa; su vida era
exactamente así.
La pequeña colonia de artistas que pululaba en aquellos años
por el decrépito centro de Los Ángeles podía verle cada noche,
cuando ya empezaba a clarear, aporreando de mala manera el viejo
piano destartalado del café Atomic, mientras rugía, con esa voz
de desagŸe insondable, incongruentes frases mezcladas con sonoras
y repetitivas interjecciones soeces. Luego, algún alma caritativa,
a menudo en forma de mujer, conseguía llevárselo a trompicones,
cuando no con los pies por delante.
Tom Waits era una institución, a veces lamentable, pero también
era un músico y un artista de categoría inconmesurable. Algo que
ya se aprecia desde sus primeros álbumes, como Closing time
(1973) o The heart of saturday night(1974), en los que aún
no había encontrado un camino definido, pero que se plasma en los
magistrales Heartattack and vine(1980) y Small change
(1976), en los que desarrolló un estilo totalmente personal e
inclasificable, mezcla de jazz y blues con elementos
vanguardistas, aderezados siempre con unas letras que por sí solas
le consagran como uno de los grandes cantores de la vida
norteamericana.
Y cuando ya se especulaba con el tiempo que le quedaba a su
hígado o con la matrícula del coche que le atropellaría una madrugada,
Waits escapó de la quema. Los amigos llegaron en su rescate.
Francis Coppola le encargó la banda sonora de Corazonada
(One from the heart) y empezó a darle papeles anecdóticos en
sus películas (el obtuso dueño del billar de Rumble fish, el
camarero de Outsiders, el gorila del Cotton Club).
Aquel trabajo, más estable, le proporcionó una tregua.
Sin embargo, su casa de discos le había abandonado, y los
críticos de Los Ángeles le situaban musicalmente en un
callejón sin salida. Entonces la compañia Island le ofrecio un
contrato, y con el llegó Swordfishtrombones (1983), un
trabajo conceptual en esencia que desbordaba el contenido del
vinilo (Waits quiere convertirlo en una obra teatral).
Intrincadas estructuras sonoras, exuberante instrumentación,
en la que cabían marimbas y percusiones caseras y, sobre todo,
una voz más profunda que nunca, un rugido capaz de fundirse con
cualquiera de los instrumentos o acallarlos a todos. La voz.
Además, por supuesto, una mujer. En 1981 se casó con la actriz
Katheleen Brennan, y poco después llegó el primero de sus dos
hijos. Siguió un tiempo por California, pero finalmente decidió
emigrar al Este. Ahora vive en New York, asegura que ha dejado de
fumar, bebe con moderación y ha iniciado una sólida carrera como
actor de teatro y cine, de la que es un buen ejemplo su trabajo en
Down by the law, de Jim Jamush, en la que trabaja junto a
un músico carismático: John Lurie.
Su último álbum, RainDogs (1985), en la línea del anterior,
pero con 19 canciones, sigue desprendiendo la fuerza de sus
comienzos y además denota una intensa búsqueda hacia adelante.
No puede ser de otra manera, porque, según su teoría,
"Una canción debe tener su propio sistema nervioso.
La melodia es como el humo, y el ritmo son las toses."