JUAN JOSÉ MILLAS
Como el mundo no se entera de lo que te pasa a ti, procuras enterarte de lo que
le pasa al mundo. Así, cada mañana te despierta la radio y entre
sueños retomas el argumento de la vida en el punto donde se detuvo ayer.
Luego, en el coche escuchas el primer informativo, que complementarás
con la lectura de la prensa. La cruenta realidad internacional, las miserias de
la vida nacional, los acontecimientos culturales, la cartelera
cinematográfica, todo, en fin, lo dominas como dominas una novela que
has leído cien veces y por cuyo interior te puedes aventurar a ciegas
como por el pasillo de tu casa. Además, todavía te quedan dos
telediarios y acabas de comprar la revista semanal, que te ofrece un poco
más de lo mismo pero con fotos en color. Excepto en las tramas
secundarias, con frecuencia imprevisibles, la realidad se comporta como una
novela por entregas: siempre se suspende en el punto más alto, cuando en
la cama te narcotizas con las últimas noticias.
Manejas, pues, la realidad como si de la ficción se tratara. La
reunificación de las dos Alemanias, el hambre en Etiopía, la
muerte en Suráfrica, etcétera, forman los hilos de un argumento
que te apasiona, pero que a lo mejor no te concierne porque su evolución
no depende de ti. Tu realidad real, la que de verdad puede hacerte feliz o
desdichado, es mucho más cercana, más doméstica, y se
puede medir en estabilidad económica y cantidades de amor.
Ahora estás empezando el día y un 25% de tu alma está
ocupada ya por la publicidad y por las noticias. Esta noche, cuando te
acuestes, toda tu vida personal se habrá borrado, diluida en la
ficción de acontecimientos externos cuyo conocimiento no te habrá
hecho mejor. Aunque tal vez, mientras se te cierran los ojos escuchando el
último informativo, puedas pensar unos segundos en ti mismo o en quienes
te rodean, y adviertas, como en una revelación, que el precio de saber
todo lo que le pasa al mundo es el de no saber lo que te pasa a ti.