Corría el año dos mil y pico. Marcia se levantó a las ocho, se lavó el clítoris y la nariz y apretó ON. El led naranja y el número 100 en verde junto con el buzzzzzzz le zumbaron la piel de los brazos como un desayuno eléctrico. El PC resucitaba desde debajo de su funda gris, se palpaba el cuerpo y se llenaba de E por su red de venas. M. mordió su sandwich y se conectó a Internet. Afuera, la lluvia caía y el sol brillaba. Adentro, la casa eléctrica le daba medidas dosis de luz de sol, Tº, aire. Afuera, golpes golpearon en su puerta. Tenía los fonos puestos, para participar el sexchat. No necesitaba apretar botones como no fuera en sí misma, marcando su ruta con palabras claves por los chatrooms y archivos de pics. Ensimismada, no advirtió el sistema de seguridad sonando. Los chicos, Pato, Leo y los demás dos o tres entraron por la ventana, con palos en la mano. Cuando M se descolgó y fue a pararse para un estirón, poco quedaba en la casa más que su entorno inmediato. Y así como empezó. Nadie quiso quedarse. Todos sus amigos lo supieron en el día, en todo el mundo. M., Bug como era su nickname, había sido robada. Fue solamente el primero. Con ciudades enteras bajo ataque, las compañías proveedoras del servicio comenzaron a ofrecer paquetes con seguridad incluida. Pronto todos los phreakers encontraron una solución mejor: vivir en cuartos de la gran torre de la compañía, aislados entre sí, con conexión completa. A veces salían a un jardín interno, con gruesos lentes oscuros para atinar en el sol directo. La calle se puso muy mala. Hasta el jardín llegaban los gritos de las bandas. Los grandes espectáculos masivos se habían acabado: el fútbol, los conciertos. La verdad es que faltaban manos y ojos, o tiempo, de una vez. Para a la vez consumirlo todo. Todo empezó mucho antes. Podría describirte cómo era la sensación. Todo empezó con la coca-cola. Todo empezó con la sensibilidad a las mayúsculas o con la ayuda en línea. Cualquier cosa que agrandara el corazón; toda idea transmisible por voz, luego se hizo dato, papel, y quedó. Vinieron las impresoras de voz, y cada día tuvo más lejos. Tuvo más horizonte, un horizonte más distante. Disculpa, me expreso al modo neotalk. Top información redundante por seguridad (la seguridad es poética). Los signos se nos hicieron preci(o)sos. Una @, un #, eran armas pero peléabamos en la línea, y ellos comenzaron a cortarlas. Lanzaban autos robados contra los postes, dejaban sin luz ni teléfono barrios enteros. El gobierno los cazaba con snarks, con cuidados y teléfonos, con botones y con sapos. En la calle reinaba el machismo, en las casas el mundo era distópico, andrógino y protegido por las leyes de la cortesía, las últimas leyes reconocidas por la comunidad virtuosa. Los términos recuperaban su valor de a pocos. Un nerd fue golpeado por sus vecinos al salir a comprar pan. Comenzaron a pedir por teléfono. Los chicos de la calle cortaban las líneas. Y las cosas andaban tan mal como imaginarte puedas. Nadie escribía ni un cuento de terror ni de risa ni de cyber ni de nada. A mí ni me conocían. Me disfracé de homosexual. Ni siquiera de mi propio sexo... Salí a la calle e hice lo que mis padres me enseñaron: olfatée el aire y monté mi empresa. "Sé útil". "Un gusano chico tiene manzana segura". Puse un pie en la pared y encendí un porro. Mi chaqueta de cuero sintético y mi falda de lana dorada me hacían respirar distinto. Pronto se acercó una hembra en sus veinte, pidiendo atención y rebaja. Le puse en los pies la manzana y, al doblar la curva, un paquetito en las manos. La vi erizarse verde eléctrico cuando le pedí información. - Chiquilla, si no lo haces, te corto. Estoy bromeando. Tú sabes que los nerds hacían esto sin arrugarse. Relájate. Datos. Simple. - Toma. Recordé otrora, una sala en la Vega, en el mejor barrio de los buenos, en una exposición de gatos, mis adorados. Los dueños sonreían de amor a sus mimados. Cada uno lo llevaba en brazos mientras bebía su cóctel o, echado en cojines, engullía canapés. La gente brillaba tanto como los pelajes cepillados, el perfume era dulce, hacía calor y todo era generoso. Pero ahora... Esta dura piel de trece años, coloreada con maquillajes que parecían golpes y arropada en suéteres malolientes bajo la lluvia, hasta me había arañado al entregarme el disco, como un simple reflejo de un mundo en que los ilusos y los falsificadores de anticonceptivos eran la peor peste. Ahora, el valor no era la belleza ni el trato sino el arma, y el arma eran cosas como la que tengo en las manos. Desmaterialicé mi presencia con cautela y pasos rápidos y me vine al Hoyo, donde hace una estoy pensando qué hacer. kutscher@chilepac.net